En teoría, las encuestas sirven para saber qué es lo que el común de la gente opina acerca de un determinado asunto, por ejemplo las siguientes elecciones.
En la práctica, todos hemos visto tantas veces fallar las encuestas, todos somos tan conscientes de que hay cosas en ellas que no funcionan, que ya no nos fiamos ni cuando nos dan la razón, ni cuando nos la quitan.
El problema es la superposición de planos de interpretación en las encuestas, que terminan por pervertir el objetivo inicial de las mismas:
1. En teoría, la intención es que cada persona responda con sinceridad a la pregunta que se le hace: ¿a quién va usted a votar?
2. Pero el resultado de esa encuesta tiene el efecto de influir, a su vez, en la opinión pública. Cuando las encuestas dicen, por ejemplo, que una abrumadora mayoría de personas apoya al gobierno de turno, lo normal es que eso desmoralice, desmotive o haga reflexionar a quienes no comparten esa opinión abrumadoramente mayoritaria. Por tanto, la encuesta no es sólo una medida de lo que la gente opina, sino que esa medida influye en la propia opinión de la gente.
3. Como consecuencia, los partidos o los grupos de presión pasan a utilizar las encuestas como herramienta no para conocer lo que la gente opina, sino para decirle a la gente lo que tiene que opinar. Para ello, puede jugarse con la "cocina" de las encuestas o puede, incluso, llegarse al extremo de manipular los datos o de intentar influir de alguna forma en el resultado. Así sucede, por ejemplo, con las encuestas por Internet, que determinados partidos pueden manipular fácilmente sin más que movilizar a un número de sus afiliados para que voten a través de la Red.
4. Pero el ciudadano, que tampoco se chupa el dedo, termina por ver cómo las encuestas se utilizan como arma electoral o de ingeniería social, con lo cual también él decide emplear las encuestas para hacer valer sus opiniones. Y los encuestados comienzan, por ejemplo, a mentir conscientemente sobre a quién votaron la vez anterior y a quién votarán la siguiente, para que la encuesta arroje datos que apoyen sus tesis o para que la encuesta lleve a error a quienes la han encargado.
Como resultado de todo ello, lo que empezó tratando de ser una medida de lo que la gente opina, termina siendo una medida de lo que gente considera que debe decir para que sus opiniones terminen triunfando, medida que además es manipulada a posteriori por quienes encargan la encuesta.
En resumen, que a fuerza de retorcer las encuestas, terminamos disponiendo de un sistema de medida de cuya fiabilidad no nos fiamos un pelo, Y, como no nos fiamos un pelo, las encuestas terminan perdiendo también efectividad como mecanismo de influencia en la sociedad.
Para colmo, entran en juego otros fenómenos adicionales, que oscurecen aún más los resultados: la ocultación de voto por parte de aquellos que tienen miedo o reparo en decir cuál es su opinión; el nivel de abstención, que puede afectar más a unos partidos que a otros, etc, etc, etc, ...
De todos modos, ni todos los encuestados mienten, ni todos los que publican encuestas manipulan, así que algo de verdad hay siempre en los distintos datos que se van conociendo. Aunque sea para detectar las tendencias, las encuestas de opinión siguen siendo muy útiles.
Articulo de Luis del Pino en el diario digital Libertad Digital.
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